viernes, 18 de diciembre de 2015

3.0

A mi no me traumatizaba especialmente tener treinta años. No era un número que evitase a conciencia aunque, bien es cierto, que tras más de seis meses conviviendo con él, se me sigue haciendo raro pronunciarlo (referido a mi persona). Será porque a partir de cierta edad, salvo en encuestas y visitas médicas,  no es tan común que te pregunten cuántos años tienes, disociándose la cifra por completo. A veces también dudo de en qué año vivo y he de pararme a pensar si esa lata de atún (¿es 2016 ya?) está o no caducada, pero eso es algo más personal; o alzhéimer precoz, o algún efecto secundario de internet y su dispersión (teoría conspiranoica que espero que alguien esté estudiando, no sólo van a vivir de perros que cagan alineados con el campo magnético…)


No me traumatizaba, decía, desde el punto de vista de la vejez. Supongo que es fácil decir esto en un tiempo en el que los treinta distan mucho de ser “los treinta” de hace un par de décadas. En mi círculo no están todos criando hijos ni pagando hipotecas, ni siquiera han engordado. Es más, precariedad laboral aparte, creo que estamos todos más buenorros. Tal vez lo más significativo de esta edad sea el verificar los planes que tu yo-niño tenía preparados para su futuro, bien listaditos en su diario. Yo tendría que ser veterinaria, vivir en una especie de granja con puertas secretas y conducir un Mégane Coupé Amarillo descapotable. Así como en aquel entonces hubiese jurado que jamás sería rubia (ya no pondría la mano en el fuego… a excepción del rubio blanco de Los niños del maíz), podría asegurar a día de hoy que en la vida elegiré un coche amarillo (ni descapotable). Al final los aspectos prácticos se imponen y es mejor que sea pequeño para aparcar y no muy llamativo, como seguro ante el mal karma que llevan algunos. ¿Perros, gatos, gallinas y una (a lo mejor) cabra cuentan como granja? Porque eso sigue en pie. Vamos a mantener los sueños, sobre todo los que generan amor infinito.


Así que, físicamente no soy una vieja pero las resacas son mucho más duras, me levanto con bolsas en los ojos, mi estómago me pide potajes y presto atención a los médicos de Saber vivir si se cruzan en mi desayuno. Derivado de esta tendencia a leer artículos sobre achaques y arrugas es irremediable que se te cruce ese otro relacionado con bebés y relojes internos. Creo que al mío no le han puesto alarma porque el sentimiento dominante es de alivio al saber que nadie depende de mí (salvo mi perra Ronda) pero, al mismo tiempo, me preocupa saber que inicio mi cuenta atrás de posibilidades óptimo-chachis de embarazo. ¿Y si cuando realmente quiera, ya no puedo? Es un cambio de vida demasiado importante como para tomarlo a la ligera pero, al mismo tiempo, es edición limitada (lo tomas o lo dejas). No sé, parece que siempre se está tiempo de aprender a tocar el piano o de mudarte a Alaska, en cambio duplicarse siendo mujer cuenta con una fecha de caducidad muy estresante. Al menos en los momentos en que lo piensas que, en mi caso, no son demasiados. Antepongo futuribles nombres de mascotas a cualquier versión humana… Igual eso lo dice todo, ¿no? A fin de cuenta, ser dos me da toda la felicidad y cero incertidumbre que necesito en estos momentos, por lo que dejaré la revisión de imposiciones vitales para otro número más lejano. 

Lecturas 2015





martes, 3 de marzo de 2015

señor barnes, le quiero

Hay días en los que me gustaría ser lo suficientemente rica como para poder comprarme todos los libros de Julian Barnes de golpe. Luego lo pienso un poco mejor y me consuelo con la idea de que la dosificación por economía alargará la experiencia dado que, irremediablemente, llegará un momento en el que dejará de escribir, no por falta de inspiración sino porque se morirá (doy por hecho que voy a sobrevivirlo por pura estadística), ¿y a quién leeré entonces? No, reformulo: ¿a quién leeré entonces con tantas ganas? Podría pensar que lo que me ocurre con Barnes ya me pasó con otros en el pasado y he ido obteniendo sustitutos (oh infiel) de mejora exponencial, por lo que podría dejar abierta la puerta a la esperanza peeeero, voy a cumplir treinta años.

Cumplir treinta está bien, más cuando la mayoría te echa veinticinco y mejor cuando la única alternativa es estar muerto. No obstante, hacerse mayor parece llevar adherido un menor número de oportunidades para todo, incluida la capacidad de fascinarse fanáticamente con escritores. Como si repetir la experiencia la desgastase o, para que no suene tan mal, se refinase, haciéndonos más selectivos y menos impresionables. La parte positiva es que se llega a algo de mayor calidad pero con su reverso insatisfactorio por el que, de tanto filtro, hay menos lugar para la excelencia.

Supongo que ansiar un estado más primigenio es como envidiar la felicidad de los tontos, que siempre me ha parecido de poca admiración porque si hay algo que me agobia en esta vida es el estarme perdiendo cosas por no tener la capacidad de admirarlas, entenderlas o, directamente, por desconocer su existencia. Así que conformarse con menos no es opción pero, ¿no habrá algún tipo de reseteo vital? Aunque sea cíclico...

Pensando en Barnes, con el amor pasa. Lo que su capacidad regenerante viene envuelta en química y favorecida por nuestra incapacidad  (y menos mal) de viajar en el tiempo para contrastar hechos-sentimientos. Un libro da muchas satisfacciones pero no es equiparable. 

Por lo que igual sí que pasa pero sólo con lo (más) importante.


julian barnes love cat le quiero gatos escritor